Prólogo de Daniela Romo / Nadine, la Hija de las Estrellas
Para mi sorpresa, a través
de mi ventana, una estrella me devuelve la mirada o la atención. Y descubro que
estoy bañada por una luz. La luz de la Luna, mi eterna cómplice que mueve mis
mares. Pareciera que me hablara hoy y se alegrara conmigo. Rubén Aviña volvió.
Volvió a su niño. Hoy, un niño sabio que puede regalarnos esta historia: la de Nadine, La Hija de Las Estrellas, una
alegría para este corazón, alegría que comparto contigo, en el momento en que
escribo estas líneas que estás leyendo. Por eso he llorado de alegría y
repetiría mil veces la experiencia. En este momento de tantas tristezas, he
llorado de alegría. Y una gota de alegría que sepamos crear, transforma océanos
de negatividad. Rubén, ¡gracias!
Y sí, en este mundo convulsionado que descubre galaxias a miles de
años luz y que, por otro lado, no puede detener la extinción de tantas especies
en el planeta, Nadine –gracias, Rubén–, nos da la oportunidad, para hacer un
viaje dentro de nosotros mismos. Un viaje a un universo casi inexplorado, que
nos devuelve la magia, la música, el canto como una oración, el silencio como
la fe de que, aún en soledad, ese cosmos al que pertenecemos, nos escucha y nos
devuelve la facultad de creer en él, de creer en nosotros mismos.
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