DE LA IMAGINACIÓN A LA REALIDAD
La
historia de Nadine no habría sido la misma si la hubiera escrito –como era mi
propósito y en forma por demás ingenua– cuando tenía 12 años. Es más: seguro,
nunca la hubiera publicado. ¿Quién iba a creer en la escueta historia, mal
redactada y hasta con faltas de ortografía, de una niña mágica?, sin una
estructura básica, sin los elementos indispensables. El destino es sabio,
cuando dejas que te tome de la mano y te conduzca por el sendero que más te
conviene. Nadine se quedó en un sueño, pero un sueño siempre presente que me
conectaba con mi infancia, con la inocencia de mi infancia. Aquella época en la
que creía en muchas cosas (como los cuentos, las hadas, los duendes) y que,
luego, conforme fui creciendo, dejé de creer.
Hasta
que luego de muchos años, después de estudiar la licenciatura en periodismo y
aprender a escribir (además, sin abandonar mi pasión por la lectura), luego de
cuatro libros publicados y un best seller, me reencontré con Nadine y, sobre
todo, con aquel niño que en su inocencia, pretendió darle vida. Para mí,
retomar ese antiguo proyecto y reencontrarme cono ese niño interno que, a pesar
de los años, todos seguimos llevando dentro (aunque unos lo ignoren o, lo que
es peor, no lo crean), fue un asunto mágico. Volver a creer en lo que, con el
paso de los años, dejé de creer: la magia, los seres mágicos que habitan en
otro plano dimensional que nuestros sentidos no son capaces de captar. Más que
un sexto sentido (como dice Indra, uno de los personajes de Nadine),
para contactar con esos seres mágicos de otras dimensiones, no se requiere,
precisamente, de grandes estudios o conocimientos, sino de una gran inocencia.
Claro
(como ya conté), se dio el rechazo de las casas editoras, la burla de algunos,
el escepticismo, pero también, la magia, la magia de Nadine, la magia del
corazón (sobre la que trata el libro) y que siguió manifestándose. Primero, la
aparición y complicidad de Daniela Romo (otro ser mágico), como
madrina, con una opinión (luego de ser la primera que leyó el libro completo)
muy diferente a la de las editoriales. Más, cuando me confesó que había llorado
al leer algunas partes del libro.
Uno,
a veces, como escritor, no encuentra las palabras idóneas para expresar ciertos
sentimientos y, finalmente, no sabe si logró transmitirlos al lector. Pero con
Daniela, me dí cuenta que sí lo había conseguido. La empatía que surgió,
cuando, por teléfono, me leyó el prólogo que había escrito para el libro, fue
otro momento mágico. Como dice ella en ese prólogo: “¿Hace cuánto que no nos miramos
en otro? ¿Hace cuánto que no nos miranos a nosotros mismos?”
No hay comentarios:
Publicar un comentario